
Allí, apostados a la orilla, sentidos abiertos,
primigenios.
Miran con obediencia la meseta.
El dios de la planicie en la leyenda del inicio
abre la cortina de lluvia, su llanto.
Contemplan en vuelo la pluma
y el dios viento les regala el canto de la manada,
su voz.
Avistan también la bóveda de follaje
sobre el espejo de agua, uno de sus rostros.
Y lo respiran.
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En la imagen: fotografía del Auyantepuy, visto desde Uruyen, Venezuela.
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