El estudioso estima el alcance. La curva vocal sangra el elemento 92, al lecho. Bajo cobija el letal silencio empobrecido. Disminuida a bruma, la cavidad del esqueleto recibe su acuosa espiral, el oráculo del diámetro.
El gesto resuma sobresaltos, revueltas de crucigrama. Encogido, un vórtice traslucido muerde el escaque negro. Del filoso diente la ácida condensación, el rastro de burbuja, su cavitación.
La mirada tuerce proa al pétalo de nube. Cuadros blancos la diagonal fallida que conduce a la estrella, su convexión. Los vapores de hierro elevan la lluvia de razón. El monosílabo misterio en sigilo cierra la pregunta sobre la concavidad del matras, la malla donde prenderán respuestas. La fórmula sentencia lacerante.
Todos estos, los trastrocamientos que emanan desde la punta grafito que sostiene sin temblor, el representante de la ciencia.
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En la imagen: La castración de Urano por Cronos, fresco de Giorgio Vasari y Cristofano Gherardi, 1560 (Sala di Cosimo I, Palazzo Vecchio, Florencia)
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